Hace años, cuando era freelance, trabajé para una de las mayores empresas de conservas de Europa y del mundo.
El ritmo era frenético. Estuve varios años trabajando directamente con el departamento de marketing, rodeado de personas maravillosas y profesionales de primer nivel. Mi trabajo principal consistía en diseñar latas de conservas y, especialmente, preparar los archivos para producción. Algo que, a priori, no suena particularmente glamuroso—salvo que lo llames packaging design—pero que personalmente me producía una satisfacción profunda.
No era solo un tema de calidad del trabajo, que también, sino de la escala del mismo. Preparé latas desde marca blanca hasta línea gourmet, para España, Portugal, Marruecos, Finlandia, Noruega, Dinamarca, Alemania, Francia, Italia, Reino Unido… Variedades y variedades de mejillones, sardinillas, zamburiñas, navajas, atún, atún claro, bonito del norte… Y también packaging de alimentos para mascotas, un mundo aparte.
Cuando finalmente dejé de ser freelance, eché la vista atrás y me pregunté: ¿cuántas latas habré preparado? Saqué el disco duro y empecé a revisar archivos. En total, 749. Contando por lo bajo, esas habían salido al mercado. Probablemente rozarían las mil si añadiese propuestas descartadas y experimentos de branding que nunca vieron la luz.
Setecientas cuarenta y nueve latas. El número condensaba años de trabajo en una cifra precisa y verificable. Y con esa cifra vino una pregunta más interesante: ¿qué aprendí realmente de todo aquello?
La respuesta, curiosamente, tiene poco que ver con conservas y mucho que ver con cómo construimos cualquier cosa a escala, incluidos productos digitales.
La ley importa. En packaging, la legislación establece requisitos mínimos para el tamaño de la tipografía. No en términos de 12 o 14 puntos—que darían pie a interpretaciones creativas—sino en décimas de milímetro. Saca una lata de tu despensa y mide la letra «x» minúscula en la lista de ingredientes o de los valores nutricionales. Si mide menos de 1,2 milímetros, técnicamente puedes denunciar al fabricante.
Lo mismo ocurre en el mundo digital. El RGPD no es una sugerencia. El AI Act está llegando. El ISO 27001 importa si manejas datos sensibles. Puedes ignorar estas regulaciones durante un tiempo, pero eventualmente la realidad te alcanza, y las consecuencias son más costosas que haberlo hecho bien desde el principio.
El margen de beneficio importa. En packaging, la decisión entre usar cuatro o cinco tintas puede tener un impacto descomunal en el coste cuando multiplicas por millones de unidades. Una tinta adicional se traduce directamente en céntimos que se acumulan hasta convertirse en miles de euros.
En productos digitales elegir un modelo de lenguaje grande más potente versus uno más eficiente puede multiplicar tus costes operativos. A escala, estas decisiones aparentemente técnicas son decisiones de negocio.
Alinéate con el público al que te diriges. Si quieres vender barato, debes parecer barato. Si quieres vender caro, debes parecer caro. Y esto es independiente de lo que cueste fabricar el producto. Suena obvio cuando lo dices en voz alta, pero se nos escapa constantemente, especialmente a quienes tenemos formación en diseño. Tenemos una tendencia hacia la «excelencia», hacia hacer las cosas «bien». Pero «bien» es relativo al contexto. Lo veremos en el siguiente punto.
Una marca blanca de supermercado no necesita un diseño sofisticado. Necesita transmitir funcionalidad y precio. Un packaging de alta gama pide estampados en dorado y barniz UV para parecer más caro. La honestidad, en diseño, a veces significa parecer exactamente lo «ordinario» que eres.
La percepción de calidad es relativa. Imagínate el mismo producto pero con envases diferente. Uno con un diseño tradicional, marítimo, casi nostálgico. Otro con estética moderna, líneas limpias, fotografía de alta gama. ¿Cuál será mejor? Depende de a quién le preguntes. Ambos están pagando por percepciones, no por hechos. La calidad, en gran medida, existe en la mente de quien la evalúa.
El craft importa. Los archivos para impresión tienen que estar impecablemente ejecutados. Un archivo mal preparado—con colores en RGB en lugar de CMYK, con resoluciones insuficientes, con tipografías sin vectorizar—puede detener una línea de producción completa. Esto no es perfeccionismo estético. Es rigor técnico. Es entender que tu trabajo existe dentro de un sistema más grande, y que ese sistema tiene requisitos específicos, no negociables.
La localización importa. En Francia no hace falta marcar el gluten de forma destacada ya que existe cultura y conciencia suficiente. En otros mercados, el sello halal es indispensable. Diseñar packaging para países diferentes conlleva retos. Significa entender qué importa en cada contexto, qué es visible y qué es invisible. En productos digitales, la localización verdadera va más allá del idioma. Implica reconocer que tu producto no es universal, sino contextual.
La comunicación importa. Si tienes una promoción de seis latas por el precio de cinco, no vale de nada si no lo comunicas con claridad. Y, a veces, muchas veces, tienes que gritarlo. Literalmente: aumentar el tamaño de la tipografía, usar colores llamativos, romper la elegancia de tu diseño para asegurarte de que el mensaje llegue. El espacio en blanco no vende promociones en un supermercado donde el consumidor pasa tres segundos frente a tu producto.
Las decisiones rápidas importan. A veces es más importante que algo salga, aunque no salga perfecto. He maltratado tipografías de forma que otros diseñadores se llevarían las manos a la cabeza. Todo para que entrasen en una solapa de pocos centímetros. He visto diseños buenos ser reemplazados por diseños suficientes porque los buenos llegaban tarde. En productos digitales, esto se traduce en shipping versus iteración eterna. Perfecto es enemigo de hecho.
El material importa. No es lo mismo preparar un diseño para cartón que para lata que para plástico. Cada material tiene sus propias limitaciones técnicas, sus propias posibilidades expresivas. Debes adaptarte al material, no forzarlo. En software, esto equivale a respetar las capacidades y limitaciones de tu stack tecnológico. El material—el lenguaje, el framework, la infraestructura—tiene naturaleza propia. Trabajar con esa naturaleza es más efectivo que luchar contra ella.
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Una última reflexión: el packaging para mascotas. Cuando el producto se compra para un animal (o una persona) que quieres, estás dispuesto a pagar más. Mucho más. La lógica económica se rompe cuando entra en juego el afecto.
Esto nos dice algo fundamental sobre el valor. No es racional. No es objetivo. Es emocional, relacional, profundamente humano.
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Setecientas cuarenta y nueve latas.
Cada una un pequeño ejercicio de restricciones, de negociación entre lo ideal y lo posible, entre lo bello y lo funcional. Al final, preparar archivos para producción resulta ser una metáfora extrañamente precisa para construir cualquier cosa a escala. La maestría no consiste en ignorar las restricciones, sino en crear dentro de ellas.

Thunnus alalunga (Wikipedia)
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Escrito con ayuda de un asistente IA para documentación y entrenado con mis textos previos.